Los
Cistercienses |
Arte
El
arte de decoración de los manuscritos
El primer principio de la reforma cisterciense
es el del estricto retorno a la Regla de san Benito.
Esta Regla prescribía la copia, hecha por
los mismos monjes, de los manuscritos indispensables
para su cultura religiosa; el estilete y las tablillas,
materiales que en la época (siglo VI) eran
utilizados para la escritura, se nombran en la Regla
como utensilios que forman parte de sus costumbres.
La propia abadía de Cister nos presenta una
bien conocida composición – hecha al
final del siglo XV – de su colección
de manuscritos, que la Biblioteca francesa de Dijon
conserva con el número 610.
El primero y más célebre de los manuscritos primitivos cistercienses
es la Biblia en 4 volúmenes, llamada comúnmente Biblia de San Esteban
Harding, o Biblia de Cîteaux, ricamente decorada con miniaturas (pequeñas
grabaciones insertadas entre los textos de los manuscritos, o a su inicio) por
los monjes de la naciente Orden.
Aunque el papel de San Esteban Harding en Cister
no se restrinja a la copia y a la decoración de los manuscritos – con
razón los historiadores le dan un papel preponderante en la definición
de las primeras constituciones de la Orden, con la redacción de la “Carta
de Caridad” (Carta Caritatis) –, San Esteban, segundo abad de Cister,
cuya poderosa personalidad motiva en la actualidad cada vez más y más
estudios sobre él, dio al naciente Scriptorium su impulso artístico
y su primera tradición decorativa.
Una
arquitectura heredada
El proyecto más antiguo de una abadía
benedictina, que llegó hasta nuestros días,
es el que se conserva en la biblioteca del monasterio
benedictino suizo de St. Gallen. Éste muestra
la disposición de los edificios en un “monasterio
modelo” de principios del siglo IX (“modelo” en
cuanto en lo que en la actualidad se considera como
un proyecto específico que no llega a realizarse
rigurosa y estrictamente como fue concebido, y que
solamente se muestra a los futuros abades como planta
ideal para inspirar sus respectivas nuevas fundaciones).
La arquitectura cisterciense no señala una
ruptura con el pasado, sino que construye sobre una
continuidad histórica, tal y como es la razón
de ser de la vida cisterciense, heredera de la benedictina.
Por lo tanto, no hay modelos ni plantas ideales para
los proyectos de las abadías cistercienses
medievales. Las modificaciones cistercienses al esquema
benedictino – el diseño absidal de las
iglesias, la disposición de los refectorios
en sentido perpendicular al claustro, en lugar de
en paralelo, y el desarrollo del edificio destinado
a los hermanos conversos, por dar algunos ejemplos,
- parecen ser resultado de soluciones empíricas.
La
Jerusalén Celeste
La construcción cisterciense se revistió de
una grandeza que todavía hoy es evidente,
incluso después de múltiples mutilaciones,
dado que el estilo de vida monástica concebido
por Roberto de Molesme, trabajado, perfilado y iluminado
por la palabra de San Bernardo, se proyectó a
través de los cuatro puntos cardinales del
mundo, respondiendo a las expectativas de una sociedad
que se transformaba rápidamente, sin dejar
de lado el arte.
El arte es símbolo, metáfora,
memoria y, para los cistercienses, especialmente
en cuanto a la construcción de los edificios,
el símbolo tiene una importancia fundamental.
El edificio es cuadrado como la ciudad de Dios, la
Jerusalén Celestial (Cf. Ap 21-22), y esa
cuadratura evoca simultáneamente al espíritu
meditativo los cuatro ríos de los Jardines
del Edén (Gn 2,10-14), los cuatro Evangelios,
o también las cuatro virtudes cardinales (templanza,
prudencia, justicia y fortaleza – Cf. Sab 8,7).
Por tanto, considerar la arquitectura cisterciense como señal de la Jerusalén
Celestial, no significa en manera alguna reproducir las mismas dimensiones, que
no se podrían realizar materialmente, por la descripción literal
del libro del Apocalipsis de San Juan, sino encontrar los vestigios, los símbolos
que conlleva esa descripción: forma, medida y números, que indican
estabilidad, perfección y totalidad. De ese proyecto resulta una Jerusalén
Celestial con dos características fundamentales: la ciudad preciosa y
la ciudad medida. En las reproducciones artísticas a través de
los siglos, se verifica que las dos cualidades no están necesariamente
y simultáneamente presentes en las representaciones de cada construcción
en particular.
San
Bernardo y la Palabra
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A pesar de la libertad de elección
de las dos cualidades (preciosa y medida) en el
mundo cisterciense existe una dificultad para representar
la “preciosidad” de la ciudad celestial,
debido también a la autoridad de San Bernardo
de Claraval en su tratado intitulado “Apología
al Abad Guillermo” (Apologia ad Guillelmum
Abbatem), especialmente en el capítulo XII,
donde habla contra el lujo y la riqueza de las
iglesias cluniacenses: “Decidme, pobres,
si es que lo sois, ¿qué hace el oro
en el santuario? (…) Nosotros, los que ya
hemos salido del pueblo, los que hemos dejado por
Cristo las riquezas y los tesoros del mundo con
tal de ganar a Cristo, lo tenemos todo por basura”.
No hay duda de que la transcripción y la difusión
de la Apologia de Bernardo, en los inicios del segundo
decenio del siglo XII, asumió un papel significativo
para reforzar el principio de simplicidad en la arquitectura
cisterciense. En realidad, la Apologia no es un tratado
sobre arte, sino sobre la espiritualidad monástica
y las ideas que manifiesta se consideran en un contexto
fundamental: la medida con la que se debe valorar
cada cosa no es la de los estetas, sino la del itinerario
de cada hombre en dirección a la restauración
de la “imagen de Dios” (imago Dei) y
de la salvación de la propia alma. Por lo
tanto, Bernardo no se opone al arte por el arte,
sino a todo aquello que distraiga al monje de la
búsqueda de Dios. Bernardo no es contrario
a la belleza; él es contrario a aquellas manifestaciones
que desvían los ojos de la mente de la imago
Dei, atrayéndolos para las imagines mundi
(imágenes del mundo).
Sea cual sea la manifestación artística, San Bernardo desea cimentarla
en la Palabra de Dios. Para Bernardo, como hombre que habla y que escucha, el
Verbo, que es Cristo, es todo. El Verbo es todo para los monjes, es el material
que constituye internamente su cultura. Quien desea entender la creación
artística de la que la Orden cisterciense fue la oficina, debe constantemente
tener presente el lugar central que la Biblia ocupaba en el espíritu de
sus monjes.
Entre los cistercienses, la búsqueda de Dios es una búsqueda interior
y cualquier cosa que contribuya a esa búsqueda se vuelve útil.
El objetivo del arte y de la arquitectura de la Orden cisterciense es crear el
ambiente propicio para alcanzar este objetivo. La arquitectura cisterciense es “la
devoción hecha piedra”.
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