Los Cistercienses | Espiritualidad

Una espiritualidad unida a la historia literaria

La espiritualidad cisterciense encuentra en la Regla de San Benito lo esencial de sus características, pero presenta algunas particularidades: mirada centrada en la humanidad de Cristo; devoción especial a la Virgen María; sencillez manifestada por el despojamiento en la liturgia, en el canto y en la arquitectura; un lugar especial para el trabajo manual.

La vida y la vocación cistercienses con el transcurso del tiempo dejaron trazos en los escritos espirituales y teológicos que la Orden produjo, tanto en los períodos de fervor y renovación como en los de recesión o decadencia, pues la producción literaria cisterciense nunca se interrumpió totalmente a lo largos de los siglos. La espiritualidad cisterciense es expresión, a través de diferentes medios, de la vida espiritual de la Orden tal y como fue enseñada y puesta en práctica en los monasterios, desde los orígenes hasta nuestros días.

No es necesariamente un bloque doctrinal bien definido ni estable, pero, ante todo es una realidad dinámica que se debe adaptar a la vida de una época, a la vida de la Iglesia y a la de cada pueblo. En una palabra, debe integrar los elementos nuevos sin traicionar la inspiración propia y auténtica de los orígenes. Orientada de esta forma, la espiritualidad cisterciense está en armonía con la exhortación del documento Perfectae Caritatis, del Concilio Vaticano II: “han de conocerse y conservarse con fidelidad el espíritu y los propósitos de los Fundadores, lo mismo que las sanas tradiciones” (PC 2).

El elemento principal, podríamos llamarlo así, en el que se expresa la espiritualidad de la Orden Cisterciense, o su vida espiritual, es justamente la literatura espiritual y teológica que la misma Orden ha producido a través de los más de nueve siglos de su existencia. Esto es de tal forma verdadero que vemos cómo la historia de su literatura coincide en gran parte con la de su espiritualidad.

Los autores primitivos

En los textos de los autores cistercienses es posible distinguir diferentes géneros literarios, cada uno ligado a las diversas formas de la espiritualidad propiamente dicha, alimento interior de los monjes y monjas de la Orden. Los géneros más abundantes son los de ascética y mística, teología y homilética.
He aquí, en orden alfabético, los autores primitivos más importantes, apareciendo al lado la fecha de su muerte:

 Adán de Perseigne

1221 

 Elredo de Rievaulx

1167 

 Amadeo de Losanna

1159 

 Arnoldo de Bohéries

1200 (+/-) 

 Balduíno de Ford

 1190 

 Bernardo de Claraval

1153 

 Cesario d’Heisterbach

1245 (+/-) 

 Esteban Harding

1134 

 Garnier de Rochefort

después de 1226 

 Gofredo d’Auxerre

1188 

 Gilberto d’Hoyland

1172 

 Guerrico d’Igny

1157 

 Guillermo de Saint-Thierry

1148 

 Helinando de Froidmont

 después de 1230 

 Enrique de Claraval

1189 

 Isaac da Stella

1169 

 Juan de Ford

1214 

 Odón de Morimond

1161 

 Ogerio de Locédio

1214 

 Serlom de Savigny

1158 

Reforma y síntesis

Hay que señalar que los elementos que constituyen lo esencial del monaquismo cisterciense y de su espiritualidad no surgieron de meras circunstancias históricas, o de algún juicio irreflexivo, pues desde los orígenes esas ideas fundamentales se van desarrollando por la meditación, la lectio divina (lectura orante de la Palabra de Dios) y por un contacto vivo con las fuentes monásticas y patrísticas. La reforma de Cister y su éxito no fueron solamente una cuestión de observancia o de organización, sino más bien de una profundización, de una búsqueda de la verdad y de la autenticidad en las aspiraciones monásticas.

En la Regla de San Benito, los cistercienses encontraron las verdaderas fuentes de su nueva vida: la Sagrada Escritura, los escritos de los Padres de la Iglesia y de los padres del monacato cristiano. Es impresionante ver cómo los primeros monjes de Cister se aplicaban al estudio de la Biblia, o cómo leían a San Gregorio, San Basilio, San Agustín, entre otros, y eso realizado frecuentemente a través del trabajo minucioso de los copistas.

El papel de María está igualmente integrado en las consideraciones teológicas de los autores cistercienses. Ella es la abogada atenta y excelente a favor de los hombres por su participación en el misterio de su Hijo, por su intercesión en nuestro favor y también porque ella es imagen, modelo y madre de la Iglesia y de cada uno de los fieles. La devoción mariana de los cistercienses se apoya en estas consideraciones dogmáticas.

Finalmente, los cistercienses establecieron un tipo de síntesis entre la larga tradición monástica de la Regla benedictina hasta las reformas monásticas de su tiempo, y a la doctrina teológica, ascética y mística de los Padres de la Iglesia y de los padres del monaquismo cristiano.


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